La clase se llamaba Entrenamiento Básico. Había que sentarse en una silla colocada en el centro del estudio y estar a solas, frente a una docena de compañeros que hacían las veces de público. Este ejercicio que Rudy Shelley proponía a sus alumnos en la Bristol Old Vic era uno de los favoritos de Daniel Day-Lewis (Londres, 1957), uno de los grandes actores, junto a Anthony Hopkins o Jeremy Irons, que han tomado clases con el maestro austriaco, judío refugiado en Londres, ya fallecido. “Suena como lo más sencillo del mundo, pero fue una de las cosas más profundas, retadoras y gratificantes que aprendí. Estate solo, nos decía. Luego, claro, es importante aprender a relacionarte con la gente y comunicarte”, dice irónico el actor, antes de soltar una carcajada y retomar el tono serio. “Pero si no sabes estar solo de verdad, no puedes comunicarte con la gente a un nivel real. Lo uno depende de lo otro”.
La lección quedó bien interiorizada. No hay rastro de tono afectado o excesivo en Day-Lewis, en contra de lo que cabría suponer. Ágil y atento conversador, esta mañana de mediados de diciembre se muestra relajado en la habitación del hotel Ritz de Nueva York, donde se celebra la ronda de entrevistas para la promoción de su último trabajo en Lincoln, que se estrena el próximo viernes. Esta superproducción de Steven Spielberg, que tiene 12 nominaciones a los Oscars (entre ellas mejor película, director y actor) y 7 a los Globos de Oro, reconstruye los últimos cuatro meses del icónico presidente estadounidense, un momento en el que el político trataba desesperadamente de lograr los votos necesarios en el Congreso para aprobar la abolición de la esclavitud en EE UU, antes de que terminase la Guerra de Secesión.
Su interpretación del austero y melancólico abogado de Illinois que cambió el rumbo de su país ha supuesto una inmersión en la política estadounidense que aún le mantiene absorto. “Hay mucho teatro en política. He acabado prestando mucho más interés a la política de este país que a la del mío propio, no solo porque he trabajado duro para entender el sistema, sino porque además estoy genuinamente fascinado por el circo. Resulta interesante, porque el proceso es exactamente el mismo que en tiempos de Lincoln, aunque lo emplean de manera distinta. La televisión es el factor que más cosas ha alterado. También los medios electrónicos, que han acelerado la velocidad de comunicación a un grado alarmante, quizá un poco demasiado. Antes había que trabajar muy duro para llegar a la gente”. El lanzamiento de la película en EE UU ha coincidido con la campaña y las últimas elecciones presidenciales. Day-Lewis se declara un profundo admirador de Obama, un presidente que, a pesar de las críticas que ha recibido, él considera que no carece de decisión, fuerza y voluntad. “Creo en él con vehemencia, pero el grado en que le han impedido alcanzar sus objetivos ha sido determinante”.
Con Lincoln, el actor británico-irlandés ahonda en la clave americana que tantos éxitos le ha reportado. Desde El último mohicano hasta el magnate del petróleo de Pozos de ambición, pasando por La edad de la inocencia o el personaje de John Proctor en El crisol –la adaptación de la obra de Arthur Miller, con cuya hija, la directora y escritora Rebecca Miller, está casado–, Day-Lewis ha tenido una completa educación histórica de este país. “¡Qué pérdida de tiempo si no fuera así!”, comenta divertido.
Alto, flaco y con un aire algo desgarbado, Day-Lewis viste vaqueros oscuros y una camiseta de algodón de manga larga, calza unas sencillas botas con cordones, luce una pulsera de cuerda y un pequeño tatuaje en la base de su pulgar derecho. Le costó aceptar este nuevo papel con el que regresa a las pantallas tras casi cuatro años de pausa. Lo cierto es que el actor, ganador de dos oscars, ha escogido siempre sus papeles con celo y no ha temido mantenerse lejos de los focos durante largos periodos. “El gran problema con Lincoln es que ha sido mitificado hasta la deshumanización”, explica. La clave la encontró en la biografía Team of rivals (Equipo de rivales), de Doris Kearn Goodwin. “El libro fue un trampolín para Spielberg; para Tony Kushner, el guionista, y para mí porque traza e ilumina la ruta para acercarse a la dimensión humana de este hombre”, dice Day-Lewis. “Al principio te sientes como un niño frente a un monumento, no sabes qué hacer o si esa cosa labrada en piedra tuvo aliento en algún momento. Pero en cuanto te acercas es muy accesible”.
El exhaustivo método de preparación de este actor para sus papeles es tan legendario como su talento interpretativo. Probablemente se han escrito tantos artículos sobre ello como elogiosas críticas de su trabajo, en un vano intento por descubrir la fórmula que esconde el prodigioso intérprete de Christy Brown en Mi pie izquierdo. En el caso de Lincoln, tuvo un año para prepararse. Cuenta que leyó sus cartas y lo que de él escribieron sus contemporáneos. Las lecturas no cayeron en saco roto y así, aunque asegura que no tiene una escena favorita del filme, se muestra muy impresionado por sus discursos, “una constante referencia en los que hoy pronuncia Obama”. Hijo del poeta Cecil Day-Lewis y de la actriz Jill Balcon, Daniel conoce el poder de las palabras. “Creo que la única comparación posible con Lincoln, y no es muy exacta, sería Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Empleó el pentámetro yámbico, un metro que Shakespeare usó y suena casi como un pulso. Estableció una conexión emocional increíble con el público. Lincoln consiguió lo mismo con sus discursos”. En la película, Day-Lewis ha logrado retratar al presidente como un líder singular, astuto y reservado, pero también como un hombre común, con un acento, una voz y un registro gestual precisos. “No se trata de encontrar una voz fuera, tienes que pensar que sale de ti porque, si no, se convierte en algo impostado, cosmético, como un bigote pegado”.
Day-Lewis no vuelve a ver sus interpretaciones; dice que encontraría muchos fallos y que, aunque sabe que en ellos reside parte del encanto, lo que le interesa es seguir aprendiendo. “Cuando escucho lo que dicen sobre mi forma de trabajar, suena insufriblemente pretencioso. Pero me duele que se hable tanto de cómo paso el tiempo preparándome. No me importa cómo se preparan los demás, lo que me interesa es que hayan llegado a un punto en el que estén sueltos, fluyendo. Yo trato de ofrecer lo mismo”. Contesta así a la fama aislacionista que le rodea; tanto en su trabajo como en su vida, el actor ha tratado de mantener una distancia. A ello ayuda su opción de vivir en Irlanda con su esposa y sus hijos, lejos de los focos, las productoras y el cotilleo de la profesión. Pero habla preocupado de los problemas que atraviesa Europa. “La ruina de la economía te hace sentir como un mendigo en la calle con la gorra en la mano. Así es como nos sentimos en Irlanda, y me atrevo a pensar que en España se sienten igual. Pero ¿cuál es la respuesta? Buena suerte en España, todos la necesitamos”.
Fuente: El País
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