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miércoles, 9 de enero de 2013

El maestro es él



Los que se frotaban las manos porque en Hollywood estaban haciendo una película sobre el origen de la Iglesia de la Cienciología se estarán dando de cabezazos contra la pared. Ni una gota de morbo. ¿Acaso esperaban otra cosa de Paul Thomas Anderson? The master es pura trascendencia, pura complejidad, puro cine. ¿La película más complicada de desentrañar desde 2001, una odisea del espacio? Quizá. Por eso aquellos que sacaron entradas para El árbol de la vida junto a la caja de palomitas y luego despotricaron durante meses harían bien en no repetir experiencia. Un lector ocasional o adicto a los best-sellers no prueba en la estantería de Dostoievski, Joyce o Pynchon y dice: “A ver esto qué tal…”. Así que no lo hagan con el cine. No es pose, no es clasismo cultural. Es solo un aviso.
 “Prueba otra vez, fracasa otra vez, fracasa mejor”, escribió Samuel Beckett. Una filosofía vital que podría tener su paralelismo en The master con esta frase inexistente en su relato: “Fornica, fornica más, fornica mejor”. ¿Dos horas y media de metraje reducidos a la batalla entre Eros y Tanatos, al imperio del Ello de Sigmund Freud, a la tiranía de las pulsiones, sobre todo las sexuales, por encima de la moralidad? No, porque The master es mucho más, aunque se abra con un tipo fornicando con una muñeca de arena en la playa y termine en la misma posición. Bueno, no “es”, digamos que “podría ser”, porque aquí nadie tiene la última palabra. Ni el más listo de los espectadores, ni el más listo de los críticos. Sencillamente porque el más listo es Paul Thomas Anderson: el mejor director vivo del mundo desde hace década y media.
The master, retrato oculto de Ron L. Hubbard, creador de la Cienciología, a través de la figura imaginaria de Lancaster Dodd, no cae en la tentación del dibujo personal; tampoco tiene una narrativa tradicional; ni los habituales giros de guión; ni una estructura donde los hechos se concatenan unos con otros. The master es pura pulsión, como la de su protagonista, el fornicador, un pobre tipo cargado de traumas que se convierte en el hijo adoptivo de Dodd. Pura pulsión sentimental, artística, emocional. También una tesis sobre EE UU como país. La tercera tras Magnolia, el mejor cuadro de la sociedad contemporánea que se haya filmado, y Pozos de ambición, estudio dramático sobre los orígenes del capitalismo americano, sobre la retórica del esfuerzo, sobre el triunfo del hombre hecho a sí mismo. Ahora The master elucubra sobre los orígenes de cierta religiosidad americana actual, del creacionismo a la dianética, donde todo se basa en el poder de la mente, en la personalidad que arrastra a las masas, a esos que Lewis Sinclair llamó los babbitts en aquella sátira sobre la vacuidad de la clase media americana llamada precisamente Babbitt. Un Sinclair que ya había retratado a otro Hubbard, a otro Dodd, en Elmer Gantry (adaptada al cine por Richard Brooks en El fuego y la palabra), algo así como el bisabuelo del Tom Cruise de Magnolia.
Anderson es un Sinclair que además de escribir tiene poderes sobrehumanos en su cámara. Capaz de hipnotizar con un plano en principio inocuo. Nadie filma como él. Y además se rodea bien. Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead, vuelve a ser el hijo imposible de Béla Bartók con su partitura. Philip Seymour Hoffman, capaz de dar miedo y dar lástima en apenas un segundo. Y Joaquin Phoenix, un animal salvaje suelto en cada toma. Decían que Anderson, atención, de solo 42 años, era el nuevo Kubrick. Nada. Anderson es solo Anderson. El maestro.

 Fuente: El País

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