¿Se
imaginan un mundo sin Tarantino? O peor, sin el socorrido adjetivo de
'tarantiniano'. Probablemente, lo segundo ya no pasará. El epíteto se ha
quedado ahí para siempre y para regocijo de gente sin ideas. Lo primero, al
parecer, y al hilo de lo escuchado ayer en la presentación de 'Django desencadenado' podría pasar. El
condicional es importante.
"No
me gustaría verme caer por la pendiente de la decrepitud creativa. Prefiero
pensar que todas las cosas que he hecho son relevantes... Por lo demás, he
dedicado mi vida al cine. No tengo ni familia ni nada más que un puñado de
películas. No soportaría vivir de las rentas. De la misma manera que no
soportaría tener que rodar en digital. Eso no es cine", dijo, se puso
serio y alguno hubo que leyó un cierto gesto de cansancio. Veremos.
"Además",
continuó. "sí que es cierto que tengo la sensación de que con 'Django
desencadenado' [la 'D' es muda, como dice el propio Django] he cerrado un
círculo. Toda la vida he hecho 'westerns' sin hacerlos específicamente.
Se pueden ver escenas calcadas del 'spaghetti' en muchas de mis otras películas
y, por fin, en 'Django' hago un 'western'. Miro atrás y siento que he llegado a
algún lado. Lo que más me gusta ahora es enseñar a la gente que quiere hacer
cine. He descubierto el placer de ser profesor". Ahora que cada uno saque
sus consecuencias. Habrá que esperar a que el propio Tarantino saque las suyas.
De
hecho, la cinta que en España se estrena el 25 de enero (justo un mes después
de en Estados Unidos) es, si se quiere, otra cosa. Es una película de
Tarantino, sí, pero de otra manera. Y lo es desde la primera declaración de
intenciones del director: "Trata de uno de los episodios más oscuros de mi
país y, a la vez, el peor contado". El cineasta, para centrarnos, habla
de la esclavitud. Y al hilo de la gravedad de lo dicho, lo grave de lo que
se ve.
Lo que
aparece sobre la pantalla, en efecto, es la imagen más madura, reflexiva y, si
se quiere, menos folclórica del realizador. Por primera vez, el adjetivo
'tarantiniano' de antes adquiere el brillo sustantivo de, efectivamente, lo
sustantivo. El asunto, quizá, lo merece. "Quería hacer un western",
dice, "pero mi propósito también era explorar un tema como el de la
esclavitud de una forma, si se quiere, heroica".
La historia
Así, el
protagonista, Jamie Foxx, es un esclavo liberado que busca venganza. O, mejor,
como corrige el propio Foxx, "justicia": "En aquellos tiempos la
frontera entre una y otra no eran tan claras teniendo en cuenta que hablamos de
esclavos, de gente que no era gente con los derechos de la gente, era
considerada ganado". A su lado, un cazador de recompensas de origen
alemán, el inmenso Christoph Waltz.
Juntos
recorrerán el camino que va de la brutalidad a la barbarie. El de ida y el
de vuelta. "No voy a ocultar que me hastía responder a eso de si la
violencia de mi cine es de una forma u otra. Pero sí es cierto que por primera
vez abordo el hecho mismo violento con la intención de conmover, hacer
reflexionar al espectador. Por un lado, está la violencia como un elemento, si
quieres, divertido o irónico; y, por otro, y por primera vez, filmo una
violencia sencillamente desagradable. La búsqueda de realismo era una prioridad
en esta película", comenta de corrido.
¿Y qué
opina sobre lo ocurrido en Connecticut? ¿Cree que la visión de la violencia
en el cine, por ejemplo, pueda ser un patrón de imitación en la realidad?
"Sobre eso no voy a hablar. El tema es demasiado serio para despacharlo
con dos frases. No tengo opinión al respecto. Sólo soy un cineasta".
Asunto zanjado.
A su
lado, actualidad obliga, Jamie Foxx se muestra partidario de regular el uso
de las armas. "Alguna vez tiene que ocurrir. Ya se han cometido muchas
barbaridades. Y no me refiero sólo a lo de hoy [por ayer]. La historia del Sur
de Estados Unidos de donde vengo [es de Texas], es una historia de
rifles". Samuel L. Jackson no comparte la opinión: "El problema no es
de las armas sino de las personas. Yo mismo tengo una pistola en mi casa y
nunca haré nada parecido a lo que ha ocurrido". Y así.
De
vuelta a la película, 'Django' coincide (o lo hará) en cartelera con Lincoln. Tanto Spielberg como el propio Tarantino
se ocupan de los esclavos después de haber completado una cinta sobre la
Segunda Guerra Mundial; sobre las atrocidades de los nazis. ¿Casualidad?
"Probablemente. Quizá ahora sea el momento de mirar hacia dentro y ser
capaces de entender completamente nuestra historia. Nunca lo hemos hecho.
Se han filmado mil westerns y nunca se han visto esclavos. Y en la época en la
que transcurren los había. Y muchos", contesta Tarantino.
Ayer
mismo, coincidiendo con la presentación de la cinta en el hotel Ritz Carlton
pegado al Central Park, 'The Wall Street Journal' publicaba, al hilo de los
estrenos del viernes, una tribuna-reflexión sobre las ausencias de este tema en
la historia del cine americano. "Se habla mucho del Lincoln de 1865 que
abolió la esclavitud, pero poco o nada sobre el Lincoln de los años anteriores
que traficaba con, precisamente, esclavos", dice el profesor de la Universidad
de Yale David Blight en las páginas del periódico financiero y, añádase,
perfectamente 'blanco'.
Sea
como sea, y a la espera de lo que vendrá (¿seguirá o se retirará Tarantino?),
nos quedamos con 'Django, desencadenado', una película que marca el sitio exacto
del precipicio. Pase lo que pase, el Tarantino que veremos después será
definitivamente otro.
Fuente: El Mundo
0 comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar.