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jueves, 20 de diciembre de 2012

Infancia Clandestina



En la cabeza de un niño, los pinchos de una rosa pueden convertirse en escalones para trepar hasta la flor, y los cantos que hacen tropezar en el camino, en plataformas por las que saltar a zancadas. También la violencia, los disparos y las bombas adquieren la capacidad de transmutarse en otra clase de recuerdos, quizá coloridos de lápiz y tinta, ordenados en viñetas que se suceden como ajenas a uno, ajenas al mundo. En ese transitorio universo de imaginación vive Juan, el joven protagonista de la película del año en Argentina —o la película argentina del año—, que se estrena este viernes en las salas españolas. Se trata de Infancia clandestina, sobre los recuerdos de un hijo de Montoneros, protagonizada por Natalia Oreiro, Ernesto Alterio, César Troncoso y Teo Gutiérrez Moreno.
Basado (con licencias) en la niñez de su director, Benjamín Ávila, que rubrica su ópera prima, el filme, ganador de 10 premios Sur (entiéndanse como los goyas argentinos) y precandidato al Oscar de habla no inglesa, se adentra en un periodo de la historia del país sudamericano que, quizá por reciente y peliagudo, pocos se han atrevido a tocar en la gran pantalla. Al menos no desde el punto de vista en que este lo hace: el de una familia de Montoneros, los guerrilleros armados que se identificaban con la izquierda peronista, y su lucha no solo por su defender su patria, sino su ideal de vida. “Hay una tendencia de no aceptar la historia como propia porque son lugares en los que es mejor no entrar”, señala Ávila. “Pero esos son en realidad los lugares en los que el cine debe entrar, porque aportan información a las nuevas generaciones y ponen en tema cosas que la sociedad debe tener en cuenta”.
Es 1979, y una joven pareja regresa subrepticiamente a Argentina desde el exilio con sus dos hijos, una bebé y su hermano de 12 años, Juan. Solo que él ya no se llama Juan, sino Ernesto. Obligado a vivir bajo una identidad inventada, el chaval, en pleno tránsito de la niñez a la adolescencia, se ve forzado a estrenarse en las lides del amor desde la mentira, el miedo y la represión.
Si su pasaporte falso dice que su cumpleaños es en octubre, tiene que celebrarlo ese día. Y si se oyen ruidos extraños, debe correr a esconderse en un refugio secreto. “Yo tenía muy claro de siempre la historia que quería contar”, dice el director (Buenos Aires, 1972), “y a partir de eso me basé en lo que viví con mis hermanos cuando éramos chicos y construí una historia verosímil”.
Verosímil, en cualquier caso, no significa real: “Eso no existe”. Por eso, porque la verdad es territorio estrictamente personal, el pequeño Juan lleva la parte más violenta de sus vivencias a un mundo de ensoñación. Literalmente: los recuerdos más duros se intercalan como cine de animación. “No te das cuenta de lo que está pasando en ese momento, pero como son dibujos que representan la realidad, esa realidad es la que cada uno de los espectadores está viendo”. Las convicciones y los sentimientos, además, escriben tantas historias como hay personas: “Está mal tomado que la política es una cosa y las emociones son otra, por eso la película viene a revalorizar aquella época donde la vida y las ideas eran una sola cosa, y la conciencia del otro era muy grande”.
Paradigmático de esa vocación de dar lugar a un relato sobre la “política de las emociones” es el personaje del tío Beto, el hombre-niño, el idealista al que le sobra ilusión pero carece de la medida de la gravedad de las situaciones, y que aunque nunca tuvo un capítulo en la biografía de Benjamín Ávila, sí lo tiene en la de Juan. “Es un personaje muy especial”, dice Ernesto Alterio, quien le da vida, “es alguien que encarna aquello por lo que lucha, la libertad, en cada segundo de su existencia, y su compromiso pasa por su actitud ante la vida y lo que está haciendo”.
Si la película ha sido encumbrada ya casi como “obra de culto” en Argentina, dice Alterio, es porque ha dado con las cantidades perfectas de la receta: “Es una historia de amor, es una película histórica, tiene momentos de humor, estilísticamente es muy novedosa, y todos esos elementos confluyen de una manera que a mí, que ya he trabajado en alguna, me parece que es muy raro que pase, como un milagro”.

Fuente: El País

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