La
película del año y de los próximos oscars se llama Zero dark thirty
(La hora más oscura) y está dirigida por Kathryn Bigelow, la primera mujer
que consiguió el Oscar a la mejor dirección. Narra la caza de Bin Laden por
parte de los servicios secretos de Estados Unidos, que culminó en mayo de 2011
con la muerte del perseguido a disparos de los Navy Seals en Abbottabad
(Pakistán).
El
impacto público de la película no está en el gancho del argumento, ni en el
talento de Bigelow, una mujer con tanta destreza para el cine de acción como su
exmarido, James Cameron, sino en la relación que establece entre las
informaciones obtenidas bajo tortura de los prisioneros de Al Qaeda y el éxito
de la operación, por una parte, y en el alboroto de la intelligentsia
republicana, ofendida porque el Pentágono y la CIA habrían facilitado
información confidencial al guionista del filme. La primera polémica toca el
nervio de la ética democrática; la segunda es oportunismo propio del tedio
existencial del tea party.
No hay
información suficiente para decidir si la muerte de Bin Laden se debió a la
tortura de sospechosos y prisioneros. Se sabe con certeza que hubo torturas (el
famoso waterboarding, ahogamiento simulado inundando la boca y la nariz
con toallas empapadas de agua), pero también cabe deducir que si el método
hubiera funcionado el enemigo público número 1 hubiese sido liquidado
antes.
Pero
hay indicios para concluir que la Administración de Bush no tuvo escrúpulos en
utilizar la tortura para esos fines con la coartada de que EE UU “estaba en
guerra”. Ya advirtió Bertrand Russell que “en lo que alcanza mi conocimiento,
no ha habido nunca una guerra que no fuese en defensa propia”.
Adviértase
si no la complacencia en el tormento que late en estas palabras de John Yoo,
uno de los leguleyos de Bush que dieron cobertura legal a guantánamos y
cárceles secretas: “El presidente Obama puede hoy, legítimamente, atribuirse el
éxito [de la muerte de Bin Laden]. Pero se lo debe a las duras decisiones que
hubo de tomar durante la Administración de Bush”. No debieron ser tan duras
para su espíritu cuando se apresuró a pavonearse de ellas.
De esta
materia están hechas las pesadillas que nos recordará Zero Dark Thirty.
Fuente: El País
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